La felicidad es, ¡SER PERDONADO! (Meditando en el Salmo 32)
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Meditación¡Perdonado!¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño! Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día. Porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. (Selah) Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la culpa de mi pecado. (Selah)Por eso, que todo santo ore a ti en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente, en la inundación de muchas aguas, no llegarán estas a él. Tú eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con cánticos de liberación me rodearás." (Salmo 32:1-7) La felicidad es, ¡ser perdonado! Es una emoción que sobrepasa toda descripción. Es el alivio de un enorme peso que ha sido quitado, una deuda zanjada, una conciencia que puede descansar. La culpa ha desaparecido, la guerra ha cesado y se goza de paz. Para David significó el perdón de su gran transgresión, la expiación de su pecado, el hecho de que su iniquidad no le fue imputada, y que su espíritu había sido limpiado del engaño. Para el creyente actual significa más que meramente cubrir el pecado, que era el significado de la expiación en el Antiguo Testamento. En esta época el creyente sabe que sus pecados han sido totalmente traspuestos, quitados y enterrados para siempre en el mar del olvido de Dios. 32:1–2 En Romanos 4:7–8 el apóstol Pablo cita el Salmo 32:1–11 para enseñar que la justificación era por la fe, obras aparte, incluso en el tiempo del Antiguo Testamento. Pero la prueba no está tanto en lo que David dice, sino en lo que no dice. No habla de un hombre justo que ganaba o merecía la salvación. Habla de un pecador que ha sido perdonado. No hace ninguna mención de obras cuando describe la dicha de aquel a quien Dios había perdonado. Por medio del Espíritu Santo, Pablo deduce de esto que David estaba describiendo la felicidad de aquel a quien Dios imputa justicia sin obras (Ro. 4:6). 32:3–4 A continuación, David cambia a un acorde menor. Después de cometer adulterio con Betsabé y tramar la muerte de Urías, permaneció obstinado en sus trece y no confesó su pecado. Intentó hacer desaparecer a todo. Quizá razonaba que: «el tiempo todo lo arregla», como muchos piensan. Pero al rehusar quebrantarse obstinadamente, él estaba luchando contra Dios, y también contra sus propios intereses. Vino a ser un desastre físico, y todo fue ocasionado por la angustia de espíritu sin alivio que sentía. Se daba cuenta que la mano de Dios pesaba sobre él, impidiendo, parando y frustrándole cada dos por tres. Ya nada le salía bien. Las marchas de la vida no iban suavemente. Los días sin preocupaciones habían desaparecido, y su existencia de continuo era insípida y sin atractivo cual desierto árido. 32:5 Después de un año sin arrepentirse, David finalmente llegó al punto de estar dispuesto a pronunciar dos palabras que Dios había estado esperando: «he pecado». Entonces salió de repente toda la historia vergonzosa como cuando se abre un absceso y la pus sale al exterior. Ya no intenta excusar nada, ni disculparse, ni explicar, ni filosofar acerca de lo malo. Al final David llama al pecado por su propio nombre, su nombre real: «mi pecado… mi iniquidad… mis transgresiones». Tan pronto como él lo confiesa, recibe la certidumbre instantánea de que el Señor ha perdonado la iniquidad de su pecado. 32:6 Su experiencia de oración...