“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de
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Meditación“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Juan 7:37-38)Se ha dicho de algunos pasajes de la Escritura que deberían estar impresos en letras de oro. Estos versículos constituyen uno de esos pasajes. Contienen una de esas invitaciones amplias, plenas y libres al hombre que hacen que el Evangelio de Cristo sea tan claramente las “buenas noticias de Dios”. Consideremos en qué consiste.En primer lugar, en estos versículos tenemos un supuesto. El Señor Jesús dice: “Si alguno tiene sed”. No cabe duda que estas palabras tienen un significado espiritual. Significan preocupación del alma, convicción de pecado, deseo de recibir el perdón: anhelar una tranquilidad de conciencia. Cuando un hombre siente sus pecados y quiere ser perdonado, cuando siente profundamente la necesidad de su alma y desea fervientemente recibir ayuda y alivio, entonces se encuentra en el estado que nuestro Señor tenía en mente cuando dijo: “Si alguno tiene sed”. Dos ejemplos del significado de esta expresión son los judíos que oyeron a Pedro predicar en el día de Pentecostés, y “se compungieron de corazón”, y el carcelero de Filipos, que clamó a Pedro y Silas: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. En ambos casos se trataba de “sed”.Por desgracia, son pocos los que conocen esa sed. Todo el mundo debería sentirla y lo haría de ser sabio. Siendo criaturas pecadoras, mortales y moribundas como somos todos, con almas que un día serán juzgadas y pasarán el resto de la eternidad en el Cielo o el Infierno, no hay ningún hombre o mujer sobre la Tierra que no deba tener “sed” de la salvación”. Y, sin embargo, la mayoría tiene sed de todo excepto de la salvación. Lo que desean es el dinero, el placer, el honor, una posición social elevada y entregarse a los excesos. No hay prueba más clara de la caída del hombre y de la corrupción absoluta de la naturaleza humana que la despreocupada indiferencia de la mayoría de las personas con respecto a sus almas. No sorprende que la Biblia califique al hombre natural de “ciego”, “dormido” y “muerto” cuando vemos a tan pocos que estén despiertos, vivos y sedientos de la salvación.Bienaventurados aquellos que han experimentado algo de esta “sed” espiritual. Todo verdadero cristianismo comienza por el descubrimiento de que somos pecadores necesitados, culpables y vacíos. No alcanzaremos el camino de la salvación hasta saber que estamos perdidos. El primer paso hacia el Cielo es estar completamente convencidos de que merecemos el Infierno. Ese sentimiento de pecado que a veces alarma a un hombre y le hace pensar que es un caso perdido es una buena señal. De hecho, es un síntoma de vida espiritual: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).En segundo lugar, en estos versículos se nos ofrece un remedio. El Señor Jesús dice: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. Declara que Él es la verdadera fuente de vida, el que satisface todas las carencias espirituales, el que alivia todas las necesidades espirituales. Invita a todos los que sienten la pesada carga del pecado a acudir a Él y se proclama su Ayudador.Esas palabras —“venga a mí y beba”— son pocas y sencillas. Pero resuelven una cuestión que ni toda la sabiduría de los filósofos griegos y romanos pudo resolver jamás: muestran cómo puede un hombre estar en paz con Dios. Muestran que la paz en Cristo se obtiene confiando en Él como nuestro Mediador y Sustituto; en una palabra, creyendo. “Venir” a Cristo es creer en Él y “creer” en Él es venir. Quizá el remedio parezca muy sencillo, demasiado sencillo para ser cierto. Pero no hay ningún otro remedio aparte de este; y ni toda la sabiduría del mundo puede...