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Meditación"dando gracias al Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia de los santos en luz. Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados" (Colosenses 1:12-14)Los versículos 13 y 14 resumen la obra divina de la redención. Los detalles de la misma siguen en los versículos 15–23. Esto nos recuerda el libro de Romanos, donde 1:16, 17 resume lo que se describe con grandes detalles en Ro. 1:18–8:39. El corazón de Pablo estaba en su escrito. Nunca escribió en el abstracto cuando hablaba de las grandes bendiciones que los creyentes tienen en Cristo. Siempre estuvo profundamente consciente del hecho de que sobre él también, a pesar de ser completamente indigno, el Padre había derramado estos favores. Por tanto, no nos debe extrañar que, al ser afectado profundamente por lo que estaba escribiendo, haya cambiado la expresión de “vosotros” a “nosotros”: “quien os hizo …” (v. 12); “y quien nos rescató …” (v. 13). Nótese, además, cómo todas las ideas principales de los versículos 12–14—tinieblas, luz, herencia, perdón de pecados—aparecen también en Hch. 26:18, 23, pasaje que narra la experiencia propia de Pablo y que predice también la experiencia de los gentiles a quienes era ahora enviado. De modo que, al describir la gracia otorgada a los colosenses, a él mismo y a sus asociados (sí, y a todos los pecadores redimidos), el apóstol hace eco de las palabras mismas que el Salvador usara para dirigirse a él, que era “Saulo”, el gran y terrible perseguidor: “Yo soy Jesús, a quien tú estás persiguiendo; pero levántate y ponte sobre tus pies, ya que con este propósito me he aparecido a ti … librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío para que abras sus ojos, a fin de que se vuelvan de las tinieblas a la luz, y del poder (o, jurisdicción) de Satanás a Dios; para que reciban perdón de pecados y una herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch. 26:15b–18, citado en parte). Por esto, pues, Pablo escribe: y quien nos rescató. El Padre nos atrajo hasta él, liberándonos de nuestra miserable condición. El verbo rescató del presente contexto, implica tanto la oscuridad y miseria del todo irreparable, en la cual, al estar apartados de la misericordia de Dios, “nosotros” (los colosenses, Pablo, etc.) estuvimos andando a tientas, como también la gloriosa pero ardua labor redentora que era necesaria para libertarnos del estado desdichado en que nos encontrábamos. El Padre nos rescató mediante el envío de su Hijo, quien se hizo hombre (Col. 1:22; 2:9; cf. Gá. 1:15, 16; 4:4, 5), con el propósito de: a. morir por nuestros pecados en la cruz (Col. 1:22; 2:14; cf. Gá. 2:20; 6:14), y b. resucitar y subir al cielo, desde donde derrama su Espíritu dentro de nuestros corazones (Col. 3:1; cf. 2 Ts. 2:13; Jn. 16:7), para que nosotros, habiendo sido llamados (Co. 1:6, 7; cf. Gá. 1:15, 16; Fil. 3:14), fuésemos “vivificados” (Col. 2:13; cf. Ef. 2:1–5; Jn. 3:3; Hch. 16:14), y aceptásemos a Cristo Jesús como nuestro Señor mediante un acto de conversión genuino, y fuésemos entonces bautizados (Col. 2:6, 12; cf. Hch. 9:1–19). Todo este proceso se incluye en las palabras, “nos rescató”, y esto del dominio de las tinieblas, la esfera en la que Satanás ejerce la jurisdicción que usurpara (Mt. 4:8–11; Lc. 22:52, 53; cf. Hch. 26:18), dominando sobre los corazones, las vidas y las actividades de los hombres, como también sobre todos “los poderes del aire” y “las huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales” (Ef. 2:2; 6:12). Eramos esclavos impotentes sin esperanza, encadenados en la prisión de Satanás por nuestros pecados … hasta que vino el Conquistador para rescatarnos...