La celebración de la Eucaristía es una ganancia - P. Rafael Alonso Reymundo

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En la primera lectura, el autor de la Carta a los Hebreos nos hace ver a  Jesucristo, que es el templo vivo de Dios, no un templo hecho con manos  humanas, donde el sumo sacerdote entraba para ofrecer la sangre de un  macho cabrío por sus pecados y por los del pueblo; “Jesús”, dice el  autor de la Epístola a los Hebreos, “entra en un templo superior", para  ofrecer allí, en su propio cuerpo, su propia sangre como sumo sacerdote,  como propiciación por nuestros pecados”. Y dirá, entonces, el Señor que  su sangre, que es su propia vida humana, tiene un poder más grande para  el perdón de los pecados que la sangre que hacía una purificación  externa y ritual, ofrecida por el sumo sacerdote todos los años. Cuando  nosotros celebramos la eucaristía, cuando el sacerdote toma el cáliz y  pronuncia las palabras consacratorias, transformando el vino en la  sangre de Cristo, dice: “Este cáliz es el cáliz de mi sangre, sangre de  la nueva y eterna alianza que se derrama por vosotros y por muchos para  el perdón de los pecados”. El gran anuncio que hace la Iglesia al  celebrar la Eucaristía es que la sangre de Cristo derramada tiene un  sentido, el derramamiento de sangre, la efusión de sangre de Cristo, de  todo su cuerpo herido por tantas maldades -nuestros pecados-, tiene como  objetivo, como objeto, como finalidad, el perdón de nuestros pecados. Y  son muchos, son muchos nuestros pecados. Pero, donde abundó el pecado,  sobreabundó la gracia, es decir, la misericordia de Dios, que llena toda  la tierra y la purifica. Cada vez que nosotros nos juntamos aquí para  celebrar la eucaristía, estamos celebrando este acontecimiento, que es  para nosotros ganancia.

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